Mensaje de Navidad del Hno. Animador General
Publicado el
“El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, vino al mundo, el mundo no lo conoció.
Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron”. (Jn 1, 9–11)
Estimados Hermanos, miembros de las Fraternidades Nazarenas, Aspirantes a Hermanos, Comunidades Educativas, Comunidades cristianas, Catequistas y amigos de la Familia Sa-Fa:
El tiempo previo a la Navidad lo llamamos tiempo de Adviento. Es el tiempo de preparación para las fiestas de Navidad. Su objetivo es la preparación inmediata del corazón para la acogida del don de Dios que nos visita para quedarse con nosotros. La realidad que vivimos hoy es otra, y el comercio con su publicidad ha invadido este espacio. Así, desde mucho tiempo antes del 24 de diciembre se nos bombardea con una atractiva oferta de productos de consumo que nos llevan a entrar en un ritmo trepidante de compras y obligaciones.
En un análisis medianamente crítico podemos decir incluso que el Niño Jesús va perdiendo visibilidad y significatividad ante la popularidad de Papa Noel, los Reyes Magos u otros personajes de la tradición local de estos días que dan más juego comercial. Son días que se han llenado de luces, regalos, fiestas, comidas, tradiciones..., y hay que hacer un verdadero esfuerzo para encontrar un espacio en nuestra vida en donde poder descubrir el verdadero sentido cristiano de la Navidad. Pareciera que vivir estas fiestas es cumplir con todas las costumbres celebrativas y que no importa lo que celebramos sino el cómo y con quienes lo celebramos.
Desde estas premisas, al felicitar la Navidad de este año, deseo a los que formamos la Familia Sa-Fa, que encontremos y recorramos el camino cristiano de la Navidad. Podemos hablar de una Navidad alternativa, pues es difícil conjugar el consumo frenético con el silencio, la oración, la acogida al otro, la solidaridad o asistir a las celebraciones religiosas. Que no nos pase como al pueblo de Israel a quien el Profeta Isaías le dice en nombre del Señor: “Me he hecho encontradizo de quienes no preguntaban por mí; me he dejado hallar de quienes no me buscaban. Dije: «Aquí estoy» a gente que no invocaba mi nombre” (Is. 65,1). O como dice San Juan en su Evangelio: “Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron” (Jn 1,11).
La necesidad de hacer camino
Una mirada a los Evangelios que relatan el nacimiento de Jesús, sorprende que todos los personajes principales se ponen en camino, van de un lugar a otro.
Vemos a María que cuando el Ángel se retira, después de anunciarla que va a ser Madre del Salvador, inicia un viaje a la casa de su prima Isabel: “María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel” (Lc 1, 39-40). José y María, para cumplir con el empadronamiento decretado por Augusto se ponen en camino: “También José, por ser de la casa y familia de David, subió desde la ciudad de Nazaret, en Galilea, a la ciudad de David, que se llama Belén, en Judea, para empadronarse con su esposa María, que estaba encinta” (Lc 2, 4-5). En este ir y venir, que parecen normales e insignificantes, es donde vemos que María y José descubren la acción de Dios en sus vidas y en ese momento sucede lo extraordinario.
Los pastores, después del anuncio del ángel “Se decían unos a otros: «Vayamos, pues, a Belén, y veamos lo que ha sucedido y que el Señor nos ha comunicado. Fueron corriendo y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre” (Lc 2, 15-16). Así mismo, los Magos que habían llegado a Jerusalén “Después de oír al rey, se pusieron en camino y, de pronto, la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño” (Mt 2, 9-11). Todos hacen un camino.
Si seguimos a estos protagonistas principales de la Navidad, aprendemos a ver con los ojos de Dios. Es en la cotidianidad, lo sencillo y lo insignificante donde se va sucediendo y construyendo una historia diferente, que llena de alegría a estos personajes, como narran los evangelios. La Navidad celebra la cercanía de Dios a los hombres, que aún sin buscarlo, lo pueden encontrar. Estamos ante el Dios que hace camino con nosotros y en ese camino nos muestra su amor y la sabiduría que guiará nuestros pasos. La cuestión es si nosotros hacemos camino con Él.
Entrar en el verdadero espíritu de la Navidad es estar atentos al Dios que se hace presente en las realidades humanas, en la alegría y en el dolor, para estar cerca de nosotros. Hemos de recuperar la Navidad personal, mi Navidad, y no quedarnos en la Navidad social de hoy, tan contaminada y ruidosa.
Hagamos el camino de la interioridad, del silencio... y miremos cómo Dios nos acompaña. Jesús es el camino y es la meta. Los pastores, los Reyes, María y José supieron llegar a Él.
La encarnación de Dios no es una cosa del pasado
Vemos un gran contraste entre las canciones populares de Navidad y la cruda realidad que vive nuestro mundo en este momento. Podemos preguntarnos cómo celebrar la Navidad que nos habla de alegría, amor y paz al ver la situación tan dramática que sufre tanta gente. El elenco de conflictos armados, catástrofes naturales, situaciones de hambre, desplazamientos de emigrados y refugiados y la privación de los derechos humanos en tantos pueblos son el grito que clama por la verdadera Navidad.
La apuesta de Dios por el hombre le conduce a hacerse solidario con su destino. Así vemos a Jesús, el Hijo que se hace “carne”, como uno más de este mundo. El camino de su encarnación es el del “abajamiento”, “el sometimiento”, “la humildad”. En palabras de San Pablo: “Se despojó de su rango y tomó la condición de siervo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse a la muerte” (Flp 2, 7.8).
A partir de aquella primera Navidad, Dios no guarda las distancias con el mundo sino que lo acoge en su realidad total. El mal, el sufrimiento, la angustia y el pecado los hace suyos para redimirlos, superarlos, sanarlos y liberarlos. Comparte su vida con todas las pobrezas. Jesús llegó a decir que el que haga un mal o un bien a cualquier hombre a Él se lo hace. Este es el gran intercambio que la Navidad nos trae: Él viene a nosotros y acoge nuestra miseria para que nosotros podamos tomar parte en la vida divina ya en este mundo.
Esta manera de actuar de Dios y de su Hijo Jesús nos lleva a ver el amor que les mueve, hasta el límite de hacerse vida para “dar la vida por todos”. El abajamiento es la evidencia concreta de su amor que se hace próximo con quienes están en lo más bajo y acoge a los más humildes y últimos de este mundo. La Navidad nos lleva a contemplar la gloria de Dios en la bajeza que es también belleza.
Este es el misterio del que Jesús nos hace partícipes: enseñarnos la sabiduría que supone hacernos pobres para enriquecernos con su riqueza, hacernos solidarios para mostrarnos la grandeza humana, hacernos amor para saborear el mayor don de la vida. Así, Navidad es la fiesta del amor, un amor que recibimos, un amor que compartimos y un amor que podemos ofrecer.
Celebrar la Navidad, una memoria peligrosa
¿Se dan en nuestra memoria natalicia los rasgos de un recuerdo peligroso? Es Johann Baptist Metz quien nos pone la pregunta. La verdadera Navidad nos interroga, nos interpela, nos desafía. Metz reivindica que la Navidad no sea una falsa memoria o un pío e idílico recuerdo.
La memoria del nacimiento de Jesús debe unirse al recuerdo de su vida, que proclama el Reino de Dios entre los hombres. Nos dice que es posible la justicia, la paz, la libertad, la verdad, el amor. Jesús toma parte por aquellos a quienes les faltan estos valores y por aquellos que se abren a buscar este Reino. Vivir la Navidad es confrontarse con esta propuesta, es preguntarse por la aceptación del proyecto de Jesús, es cuestionarse por la aportación personal a este plan de Dios. Este examen parece hoy muy necesario.
Deseo que quienes formamos la Familia Sa-Fa sepamos acoger el mensaje profundo que nos trae Jesús. Él “se hizo carne y puso su morada entre nosotros” para que los hombres podamos participar de esa vida divina que nos lleve a la alegría, la felicidad y la plenitud siendo hermanos unos de otros. Una utopía que deber ser recordada cada Navidad, una utopía necesaria, una memoria peligrosa.
¡Feliz Navidad 2023 y próspero Año Nuevo 2024!
H. Francisco Javier Hernando de Frutos AG