Anuario 2015
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¿Me lo contaron los hombres, o me lo contó el sueño?
No lo sé. Déjame que ahora te lo cuente yo a ti. Las olas del mar, como en día de
fiesta, lucían mantillas de espuma blanca. Unas a otras se salpicaban de risas, y todas corrían
y besaban la orilla. Algunas se volvían a la mar y las otras, sentadas en la arena, se reían.
Era de noche cuando me acerqué para que me contaran su fiesta, y todas me salpicaron de alegría.
“Allá en la montaña, me gritan, vive un hombre de Dios. Lo hemos visto rezar en la noche y fatigarse durante el día. Ve allí, a la montaña. Si mañana estás aquí, verás a las doce lucir una estrella”.
Ese hombre de Dios, me enteré después, baja muy de mañana al pueblo que se encuentra al pie de
la montaña. Trabaja con ilusión, sin olvidar a su Dios.
Al terminar su labor comienza la ascensión pina y dura, con su borrico de carga; cuando más fuertemente pega el sol, se encuentra todos los días junto a la fuente clara de la montaña. Su boca reseca y pastosa se aliviaría con el agua fresca del manantial, pero puede siempre más su amor, y siempre, cada día, ofrece ese pequeño dolor, se lo ofrece a su Padre-Dios.
El cielo, en recompensa, con la luz del mediodía dibuja entre las nubes una estrella. Así todos los días.
Han pasado unos meses, y un pequeñuelo se ha acercado a contemplar la vida de aquel pobre anciano.
Es un muchacho sin años, que pide aventuras, le quiere imitar. Pero el anciano lo disuade: “No podrás, pequeño, sufrir esta vida”. Pero él insistió tanto, que trataron de poner a prueba su tesón por un solo día.
Rezaron de noche a su Dios. Y muy de madrugada bajaron con la leña en el borriquillo al trabajo duro del amanecer. Los dos trabajaron, el viejo y el niño. Terminaron la labor, y de nuevo, tirando del asnillo, iniciaron la subida. El pequeño jadea, se cansa, se seca el sudor y sonríe. ¿No podrá más? Las piedras, sujetas en falso, le hacer perder el equilibrio y rueda alguna vez con pequeños lamentos. Se levanta, sacude su alforja y sigue adelante.
Ahora se le van los ojos hacia la fuente. Será un buen descanso. El muchacho mira al agua y mira al anciano.
― Si el viejo no bebe, ¿podré beber yo?
Y en el viejo, otra duda:
― ¿Me mortificaré, Señor? ¡No beberá el niño si no bebo yo!
Indecisión. Duda. ¿Misericordia o caridad? Una de las dos ha de postergarse en aquel momento.
Y pudo más la caridad.
― Beberé para que él se atreva a beber.
Y el viejo se acercó a la fuente y bebió de ella.
Al muchacho se le escapó un grito de alegría y se volcó en las aguas.
Los dos ahora descansan. Pero el buen anciano reflexiona:
― ¿Me sonreirá hoy también el cielo con una estrella?
Y con temor levantó, lentamente, sus ojos a las nubes.
En el cielo, aquel día, lucieron dos estrellas.
Hno. José María de la Fuente Fernández
Director General