Una tarde, escuchando al Hermano Abel explicar el evangelio de la Samaritana, sentí “arder el corazón” y nació en mí la vocación de ser Hermano Catequista. No necesité mucha Orientación Vocacional para darme cuenta que “eso es lo que quería ser!”. Fueron muchos los Hermanos que durante mucho tiempo me ayudaron y, en momentos difíciles, sostuvieron mi ánimo y fuerza. Porque estoy convencido que sólo nos hacen crecer y nos cambian las personas que nos aman; amar es reconocer al otro, aceptarlo como es, y que cada uno se reconozca y conozca su verdadera identidad en una relación de confianza y de fe. Esta identidad es un don provocado primordialmente por el encuentro, por eso cuando nos aman nos reconocemos como hijos, padres, esposos, Hermanos, y llegamos a ser lo que hoy somos.
Hno. Rogelio Dewaele,
en sus 50 años de vida religiosa.
Diciembre de 2005.