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Mensaje de Navidad del Hno. Animador General

Mensaje de Navidad del Hno. Animador General
“Se pusieron en camino y la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño.
Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron”.
(Mt. 2, 9 y 11)

Estimados Hermanos, miembros de las Fraternidades Nazarenas, Aspirantes a Hermanos, Comunidades Educativas, Comunidades cristianas, Catequistas y amigos de la Familia Sa-Fa:

Cada uno de nosotros, antes que otra cosa, hemos sido niños/as en el seno de una familia y por eso entendemos lo que significa la infancia y la familia.

Un niño es un ser indefenso, frágil, necesitado de todo, pero también es esperanza, alegría, proyecto y futuro. En estos momentos en que vemos las consecuencias crueles de las guerras, del terrorismo, del hambre o de la pobreza, nos conmueve cuando las víctimas son los niños. Hay una sensibilidad especial de amor a los niños que se pone de manifiesto en el amor de las madres, en el cuidado de las familias o en los servicios de instituciones y personas que se interesan por la infancia.

Cuando miramos a un niño surge el instinto de afecto, de ternura, de simpatía. Sus miradas y palabras nos conmueven, ¡nos tocan el corazón! Y Dios ha querido adoptar la forma de niño para venir a encontrarse con los hombres. Ha asumido la naturaleza de hombre y se ha manifestado en la fragilidad de un niño.

Todo su amor expresado en un niño que nace en la marginalidad, en una joven familia. El protagonista de la Navidad es un Niño y para entender la Navidad es necesario hacernos como niños y contemplar desde esa altura al Niño.

Vieron al niño con María

La estrella que guió a los Magos “se paró encima de donde estaba el niño”. Y ellos “vieron al niño con María su madre”. No se puede separar el niño de la madre, son la misma carne. María y José acogieron al Niño Jesús en familia, lo cuidaron, lo protegieron del mal y lo dieron un nombre.

Todo dependió de ellos en aquel primer momento. Dios se pone en las manos de los hombres para hacerse hombre. Este es el misterio que contemplamos en Navidad y cada día. Dios hace alianza con el hombre a través de su Hijo hecho hombre. Se hace hombre para salvar al hombre.

A veces pensamos que para que Dios entre en nuestras vidas, hay que buscarle, saber razonar su existencia o esperar a que se manifieste en algún milagro o gracia especial. La Navidad nos enseña que a Jesús hay que acogerlo como María y José, como los pastores que fueron a adorarlo o como los Magos que le ofrecieron sus dones. Los pastores y los Magos solo necesitaron “ver” con los ojos de la fe y en ese momento “lo adoraron”.

Acoger a Jesús significa abrir el corazón para que sea parte de nuestras vidas, saborear el misterio de Dios amor que nos da a su Hijo querido; dejarnos tocar por su mensaje que nos ofrece la plenitud si sabemos vivir los nuevos valores del Reino. Jesús invitó a sus discípulos a ser como niños: “Si no volvéis a ser como niños no entraréis en el Reino de los cielos” (Mt 18,3), porque la salvación pasa por vivir la inocencia de corazón, la sencillez, la pequeñez, la confianza, el amor. Lo contrario es querer ser dioses.

En Navidad damos valor a la sorpresa, al juego, a la compañía, a la fiesta o a la magia de los símbolos; de alguna manera todos nos hacemos un poco niños cuando entramos en este ambiente navideño.
Esta expresión, “hacernos como niños” puede ser más bella si la entendemos en un sentido profundo: hacer que nuestro corazón sea más sencillo, más humilde, más cercano a los otros, más sensible con las necesidades de los demás, más generoso, más confiado en el Padre de todos. Dios no sólo nos invita a acoger al Niño sino a hacernos como niños.

Dios con nosotros

Las primeras palabras que María escuchó del Ángel fueron: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo” (Lc, 1,19). “El Señor está contigo” es la garantía de que el anuncio que porta el Ángel tiene sentido.

La presencia de Dios en el hombre, “Dios con nosotros”, es como un hilo de oro del Evangelio. Ya Isaías había anunciado: “La Virgen dará a luz un hijo que se llamará Enmanuel, que significa Dios con nosotros” (Is 7,14). Igualmente, San Juan nos dice: “La Palabra se hizo carne y puso su tienda en medio de nosotros” (Jn 1,14).

El mismo Jesús insistió en la cercanía de Dios: “Donde dos o tres están reunidos en mi nombre allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,20) y “Yo estaré con vosotros hasta los confines del mundo” (Mt 28,20).

El Dios de Jesús es un Dios presente, en relación, personal, que “habita entre nosotros”. Jesús vino para quedarse con nosotros. Jesús es la presencia cercana que asume ser hombre para acompañar a los hombres, haciendo el mismo camino. No hemos de buscarlo en las alturas, sino acogerlo en el corazón.

A veces, separamos el Dios de la religión y el Dios de la vida, advertía Albert Camus. Hacemos que el Dios de la liturgia, de la iglesia, de la oración no entre en la vida. Este es el desafío que nos trae la Navidad, hacer que el Dios que nace en Jesús sea el Dios de la vida, de mi vida, y así llevarle a nuestras risas y a nuestros llantos, a nuestros trabajos y descansos, a nuestras familias y a nuestras amistades. Él palpita en cada emoción, pensamiento, relación, deseo…

Es el Dios de la vida.

La alegría de la acogida

Los Evangelios subrayan la alegría y el júbilo de aquella noche en que Jesús nació: “Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz” (Lc 2,14). El Ángel dijo a los pastores: “Os anuncio una buena noticia que será de gran alegría para todo el pueblo” (Lc 2,10), “Y se volvieron los pastores dando gloria y alabanza a Dios” (Lc 2,20). Igualmente, los Magos: “Al ver la estrella, se llenaron de inmen­sa alegría” (Mt 2,11). Aquella tierra de Belén se llenó de alegría, no sólo porque nació un niño, sino porque supo acoger, recibir, hospedar… a quien traía la salvación. La pobreza de la tierra y la abundancia del cielo se unieron aquella noche y en el gozo del encuentro crearon un nuevo proyecto, una utopía, una esperanza.

Todo sucedió en el anonimato de la noche, en las afueras del pueblo, en la sencillez de un establo. Todo sucedió en una aparente insignificancia y tranquilidad, pero también sin excluir el mal del rechazo, de la pobreza o de la amenaza de la violencia de Herodes. Así es nuestra vida, a veces monótona y sin relevancia, a veces con muchas amenazas de todo tipo de mal, pero podemos experimentar el gozo de sentir en nuestro interior que alguien nos ha visitado y se ha quedado con nosotros. Acojamos el Misterio en nuestra noche y en nuestra monotonía para poder saborear la alegría de “acoger” como María y José, de “ver” como los pastores y de “entender” como los Magos.

Tenemos la sensación de que en este momento nuevos Herodes quieren atentar contra la vida de tantos seres inocentes. Pongámonos del lado de Belén. Belén es símbolo de la acogida, de la paz y de la alegría. Belén significa “casa del pan” y sabemos que el pan concentra la tierra, el sol, el agua, el fuego y el trabajo del hombre. El pan es una parábola de la vida plena y de la totalidad. Jesús que dijo de sí mismo: “Yo soy el pan de vida”, nos puede llenar de vida.

Desde la perspectiva de Belén adquieren un valor de felicidad y de plenitud las luces, los encuentros, la fiesta, los dulces o los regalos porque un Niño se ha quedado con nosotros y nos ha invitado a vivir como niños. Hagamos que el “homo ludens”, el “homo religiosus” y el “homo simbolicus” que llevamos dentro convivan en unidad en esta Navidad, sin que uno niegue al otro.

La Navidad es tiempo favorable para vivir estas dimensiones humanas en armonía.

¡Feliz Navidad 2022 y próspero Año Nuevo 2023!

Roma 8 de diciembre 2022
H. Francisco Javier Hernando de Frutos AG


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