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Mensaje Pascual del Hno. Animador General

Mensaje Pascual del Hno. Animador General

Roma, 11 - 03 - 2022

“Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó”
Jn 20, 1-9

Estimados Hermanos, miembros de las Fraternidades Nazarenas, Aspirantes a Hermanos, Comunidades Educativas, Comunidades cristianas, Catequistas y amigos de la Familia Sa-Fa:

Comenzamos la Pascua escuchando el relato evangélico que nos habla de la valentía de María Magdalena. Cuando los discípulos estaban asustados y encerrados, después de los días de dolor y horror por la muerte de Jesús, ella sale en la noche y va hasta el sepulcro.

El inicio de una esperanza

En un primer momento, María Magdalena vivió el desconcierto porque no entendió el significado del sepulcro vacío. Los ojos humanos sólo vieron que la piedra de la tumba estaba corrida, que las vendas y el sudario estaban en el suelo y que el sepulcro estaba vacío. Es la manera de mirar lo que pasa desde los sentidos, desde lo material, desde lo superficial.

Este modo de mirar llevó a aquellos primeros testigos a una conclusión parcial: “se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”. Esta interpretación de las circunstancias creó en los discípulos desasosiego y confusión. Nuestras miradas, un tanto ciegas, no llegan a trascender lo material y nos llevan a la incertidumbre y a la desesperanza.

Otra mirada distinta es la de Juan, el discípulo que acompañó a Pedro. Los dos echaron a correr ante la noticia alarmante de María Magdalena para ver lo que había sucedido. El texto dice que mirando desde la entrada “Vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido que él había de resucitar de entre los muertos”. Creer que ha resucitado es el primer paso para abrirse a la esperanza de una nueva vida.

La buena nueva de la Resurrección de Cristo empezaba así su expansión de generación en generación hasta llegar a nosotros. A partir de aquí, los discípulos, que estaban encerrados o dispersos, comenzaron a sentirse comunidad en torno al Resucitado.

Después de la experiencia de la pandemia en la que hemos tenido miedo, hemos estado encerrados y hemos evitado reunirnos, llega la hora de encontrarnos en comunidad y de fundamentar nuestra fraternidad en torno al Resucitado. Es la hora de fortalecer nuestras comunidades desde la misma convicción que Juan: ¡Cristo ha resucitado! Aquí se fundamenta nuestra esperanza. Jesús resucitado nos hace partícipes de su vida en plenitud, de su proyecto de amor, de su visión de un mundo de hermanos.

La resurrección del corazón

No debemos ver la resurrección de Cristo como un hecho histórico que queda fuera de nosotros. La misión de Cristo estaba destinada a anunciar el nuevo Reino, un reino de amor, de justicia, de verdad y de paz. Su misión estaba destinada a salvarnos del mal e incorporarnos a la nueva vida en la que participamos de la vida de Dios. Así Jesús, nos introduce en el hombre nuevo y entramos en el dinamismo del misterio pascual de muerte y resurrección, en el que podemos pasar 1del sufrimiento al gozo, de la oscuridad a la luz, del odio al amor, de la violencia a la paz, del egoísmo a la generosidad.

No existe solo una resurrección al final de la vida, existe también la resurrección del corazón. La resurrección del cuerpo será en el último día, pero la resurrección del corazón se da en el día a día. Este es el sentido profundo de la celebración Pascual: Cristo nos asocia a su triunfo y nos introduce en la dinámica de la transformación permanente por el amor y la esperanza.

  • El efecto de la Resurrección de Cristo se percibe en tantas personas que, como hemos visto en estos tiempos de pandemia, con un corazón compasivo, solidario y generoso tratan de cuidar a los demás, sirviendo especialmente a los que sufren en su cuerpo y en su espíritu.
  • El poder de la resurrección de Cristo se manifiesta allí donde alguien generosamente da su tiempo y sus energías para ayudar a los demás. Es el “santo de la puerta de al lado” que dice el Papa Francisco. Son aquellos que tienen que esforzarse hasta la extenuación para llevar el pan a casa, para acompañar a un enfermo, para sacar a un hijo/a de una situación de riesgo...
  • El valor de la resurrección de Cristo lo vemos en el testimonio de hombres y mujeres que saben dejar su tierra, sus seres queridos y sus proyectos personales y profesionales y van a echar una mano allí donde hay necesidades y carencias. Son quienes no miden el sacrificio, la entrega, los riesgos porque miran con corazón compasivo.
  • La esperanza de la resurrección de Cristo está en la certeza de que el mal no tiene la última palabra. Que Dios Padre quiere el bien y la felicidad de sus hijos. Que los poderes del mal no tendrán la victoria final, sino que será de quienes buscan la paz, la justicia, la verdad y el amor.

Hagamos que nuestro corazón participe de la Resurrección de Cristo abriéndonos a todas las posibilidades de verdadera vida que se presentan ante nosotros. Si abrimos nuestro corazón, siempre encontraremos una persona a la que cuidar, un valor que defender, una injusticia que corregir, una situación que mejorar. Que la Resurrección se manifieste con toda su fuerza en nosotros.

La humanidad llamada a ser familia

En estos tiempos de la pandemia se ha visto con mucha claridad que el mundo forma una unidad. Hemos comprendido que todo está relacionado y las acciones buenas o malas de unos implican a otros.

El mundo actual está en permanente estado de cambio, algo así como la superficie del mar que está a merced de tantos factores que la hacen constantemente variable. La travesía de este mar cambiante en que se ha convertido nuestro mundo nos vuelve más vulnerables. Si bien todos debemos atravesar este mar de la vida cada uno lo hace en circunstancias diferentes: unos lo cruzan en yate, otros en cruceros de lujo, otros en barcos pesqueros, otros en pateras, otros a nado y otros tan sólo encuentran en él su tumba.

En medio de las desigualdades humanas y del sufrimiento, la Resurrección de Cristo se convierte en fuente de consuelo y transformación para soñar el mundo de hermanos que Dios desde siempre deseó. “La vida es un viaje que no se puede recorrer a solas. Hay que hacerlo con nuestros hermanos. Somos hermanos, viajamos como hermanos” (Papa Francisco en Corea). La humanidad está llamada a ser familia, donde todos nos sentimos vinculados y dependientes unos de otros; una familia universal.

Abramos nuestro corazón a la fuerza transformadora del Resucitado y hagamos de nuestra vida pan de fraternidad que sea alimento de los débiles para que éstos puedan encontrar la mano tendida que les ayude a levantarse y a caminar hacia adelante. Hagamos de nuestra vida vino de alegría que sea estímulo para quiénes empujan la familia, las comunidades, los grupos de trabajo y los pueblos en la buena dirección de la justicia, la solidaridad y la paz.

Que el pan y el vino de la Eucaristía nos recuerden que Jesús se ofreció hasta la cruz y su Resurrección es cumplimiento de las promesas de vida en plenitud. Unamos nuestras vidas a la de Jesús Resucitado.

¡Feliz Pascua de Resurrección!

Fr. Francisco Javier Hernando de Frutos
Animador General


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