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“Vivir el Carisma del Instituto en salida”

(Tercera carta del Animador General a la Familia Sa-Fa)

Tercera carta del Animador General a la Familia Sa-Fa. Imagen de kelihope en “FreeImages.com

Estimados Hermanos:

Las dificultades que encontramos en los tiempos que vivimos nos llevan con frecuencia a la incertidumbre, a la resignación o al inmovilismo. En esta situación, ¿dónde encontrar motivos para la esperanza y la alegría? La respuesta a esta pregunta la encontramos en la certeza de la presencia viva de Jesús en nosotros, la aceptación del Evangelio como Buena nueva y la convicción de que el Espíritu nos acompaña. La propuesta capitular “La Familia Sa-Fa llamada a vivir y compartir la alegría del Evangelio” se hace profética en estos tiempos. La familia humana necesita esperanza y la alegría del Evangelio.

Esta nueva Carta que pongo en tus manos está centrada en el tema dado para este año en el Plan de Acción del Consejo General: “La vitalidad del carisma”. El 38o Capítulo General, nos invitaba a hacer del carisma una fuente de vitalidad en aspectos como la identidad del Hermano, la vida espiritual, la misión evangelizadora y la reorganización y revitalización del Instituto. En este sentido nos ofreció las siguientes propuestas:

  • ”Redescubrir con gozo el tesoro de nuestro carisma para vivirlo, transmitirlo y encontrar en él una fuerza de evangelización” (PVI).
  • “Sentir la llamada a vivir el carisma en salida” (DOHL).
  • “Releer el carisma fundacional a la luz de los desafíos y posibilidades actuales” (PVI).
  • “Considerar este proceso de reorganización como una oportunidad de revitalización del carisma del Instituto” (PVI).
  • “Entender la reorganización como una oportunidad de actualizar el carisma del Instituto con fidelidad creativa” (Orientación 11).

Los verbos redescubrir, vivir, transmitir, encontrar, sentir, releer, revitalizar y actualizar aplicados a la palabra carisma son verbos que piden seguir un proceso de reflexión, análisis y acción. Todas estas llamadas pueden resumirse en las expresiones capitulares: “Vivir el carisma del Instituto en salida”, título que he querido dar a esta Carta.

El Instituto ha hecho un largo camino desde que el Concilio Vaticano II invitó a hacer una relectura de los orígenes y renovar las Constituciones. Desde entonces se ha seguido un proceso continuado de profundización y actualización del carisma del Hermano Gabriel Taborin, asumido y vivido por el Instituto, con estudios sobre la identidad del religioso Hermano, la espiritualidad, el espíritu y la misión.

Los Capítulos Generales, los Capítulos Provinciales y numerosos encuentros de formación, han reflexionado sobre el modo de concretar en cada momento las intuiciones del carisma del Instituto. También algunas Circulares de los Superiores Generales han profundizado en el núcleo carismático; por ejemplo: “Sobre algunos elementos de nuestra Espiritualidad” de 1993, del H. Lino Da Campo; “Espíritu de cuerpo y de familia” de 1999, del H. Teodoro Berzal; “La vida de Jesús, María y José, como familia”, y “Cercanía a la persona del Fundador y hacia su carisma” de 2011 y “Reconocernos como familia congregacional” de 2014, del H. Juan Andrés Martos, entre otros escritos.

Por todo ello, el objetivo de esta Carta no es ofrecer una nueva síntesis sobre el carisma o repetir las ideas ya dichas, sino el de proponer algunas reflexiones y sugerencias que nos ayuden a encontrar en el carisma del Instituto la luz, la sabiduría y las claves para vivir nuestra vocación en el presente.

Una mirada comprensiva al carisma y a nuestra identidad nos puede ayudar a entrar en una dinámica espiritual de crecimiento comunitario “en sabiduría, estatura-edad, y gracia ante Dios y los hombres” (Lc 2, 52).

Carisma del Fundador y carisma del Instituto

Veo necesario hacer algunas precisiones terminológicas, aunque sean breves, para comprender el sentido de ciertas palabras, ya que incluso en los estudios especializados no hay unanimidad.

La palabra “carisma” aparece en los escritos de San Pablo 15 veces. La palabra “charis” del griego, significa don gratuito y el sufijo “ma” significa resultado de la acción. Así “carisma” lo entendemos como un don particular del Espíritu a una persona para edificar la Iglesia y propagar el Evangelio a todos los hombres. Los dones del Espíritu requieren la colaboración de quienes los reciben para ponerlos al servicio y hacerlos fructificar.

En esta Carta, seguiré a algunos autores y utilizaré “carisma del Fundador” para hacer referencia a las intuiciones y realizaciones concretas del Hermano Gabriel con los condicionantes históricos en los que vivió, pero con la capacidad de proyección en el tiempo. El documento Mutuae Relationes definió por primera vez el carisma de los fundadores en estos términos: “El carisma mismo de los Fundadores se revela como una experiencia del Espíritu, transmitida a los propios discípulos para ser por ellos vivida, custodiada, profundizada y desarrollada constantemente en sintonía con el Cuerpo de Cristo en crecimiento perenne” (MR 11).

Igualmente, utilizaré las expresiones “carisma del Instituto”, “carisma congregacional” o “nuestro carisma” entendiéndolas como el resultado de las sucesivas actualizaciones que el carisma del Fundador ha tenido a lo largo del tiempo y del espacio y que llega a nuestros días.

Cuando los documentos y estudios sobre la vida consagrada hablan de carisma, suelen distinguir tres dimensiones o elementos, y así lo entienden nuestras Constituciones:

  • La espiritualidad, que es la experiencia cristiana guiada por el Espíritu. Nuestra espiritualidad nace de la mirada a la Familia de Nazaret interpretada y profundizada por el Hermano Gabriel e inspiradora de un estilo de vida. Así podemos llamar a nuestra espiritualidad nazarena- taboriniana. Ella nos lleva a configurarnos con Cristo en su vida de familia con María y José.
  • El espíritu, que es la forma característica de vida, el valor propio que genera un modo de vivir la cotidianidad y las relaciones. El espíritu de familia es el que crea los lazos vitales que unían a los miembros de la Sagrada Familia. Espíritu y espiritualidad están unidos profundamente “el espíritu de familia es el núcleo vital de la espiritualidad de los Hermanos” (C 14).
  • La misión, que es el compromiso apostólico prioritario, ofrecido a través del testimonio, el trabajo y las obras apostólicas. Nuestra misión se desarrolla en la educación cristiana, la catequesis, la animación litúrgica y la disponibilidad para realizar tareas que puedan exigir las necesidades de tiempos y lugares.

Si bien podemos distinguir estos tres elementos por separado, siempre debemos tener en cuenta el conjunto de la Regla para comprender el carisma del Instituto. Cada uno de estos elementos alimenta a los otros dos, son complementarios e interdependientes. Podemos poner la imagen de las tres partes de una planta: raíz, tronco y hojas; cada parte depende de las otras y aporta su función específica para dar los frutos. “La espiritualidad de los Hermanos se desprende de la totalidad de su Regla en cuanto expresión de su carisma” (C 7).

Un carisma nuevo para la Iglesia

El Hermano Gabriel vivió su propio proceso de descubrimiento del carisma. Desde un punto de visto histórico, podemos decir que el sueño de Gabriel comenzó a tomar forma cuando con 25 años se encontraba al servicio del Obispo de Saint-Claude, Monseñor de Chamon, quien le animó a fundar una Comunidad. Inmediatamente, en la pequeña parroquia de Les Bouchoux tomó el hábito religioso con otros 5 jóvenes, iniciando así una Comunidad llamada “Hermanos instructores, sacristanes y catequistas de la Orden de San José”. En esta naciente Comunidad encontramos ya algunos de los elementos de su identidad más importantes: la vocación de religiosos Hermanos, la misión educativa en la escuela, la colaboración en la parroquia a través de la ayuda al culto, la catequesis y el patrocinio de San José. Si bien este primer intento fue un fracaso, también podemos ver que a partir de ahí todo tiene una progresión que culminará con la fundación de nuestra Congregación.

Esta primera intuición de Gabriel en la diócesis de Saint-Claude se basó en su experiencia de los años en Belleydoux, donde realizó diversos servicios en la parroquia, abrió una pequeña escuela en la casa familiar y se tomó tiempo para discernir lo que el Señor le pedía. Estas experiencias de infancia y juventud marcaron los procesos siguientes, como fueron: el primer intento de vida en común, la misión en la Escuela de Rue de la Poyat de Saint-Claude, la experiencia de vida comunitaria en Jeurre y la etapa de catequista itinerante en varias parroquias de las diócesis de Saint-Claude y de Belley.

En diferentes momentos, el Hermano Gabriel intentó acercarse a otras Congregaciones para encontrar su verdadera vocación. En este sentido podemos apuntar su primera idea de entrar con los Hermanos de La Salle, el tiempo de prueba en la Sociedad de la Cruz de Jesús, o los contactos con los Clérigos de San Viator. Si bien manifestó una voluntad de desistir de su idea de fundador y encontrar otras salidas vocacionales, no se llegaron a concretar, porque los elementos que él consideraba esenciales para vivir su vocación no los encontraba en las otras Congregaciones. Este itinerario, con sus diferentes etapas y experiencias, lo ayudó a madurar su respuesta y lo llevó a ver la autenticidad de la inspiración de Dios.

Sin apartarse de este ideal, la fundación tomó forma en la casa de Belmont donde los primeros Hermanos profesaron ya como Hermanos de la Sagrada Familia. El Hermano Gabriel que había iniciado su itinerario espiritual bajo el patrocinio de San José lo culminó poniéndolo bajo la Sagrada Familia, imagen en la tierra de la Trinidad divina.

Este proceso vivido por el Hermano Gabriel está en directa relación con su contexto social y eclesial. Su sensibilidad y su experiencia se enraízan en la vivencia de fe de su familia y de su parroquia que se oponen a los principios y métodos revolucionarios y sufren sus consecuencias. Sus intuiciones nacen en el contexto social de las dificultades que vive la Iglesia en aquel momento y del esfuerzo por recuperar la vida eclesial y ofrecer a la sociedad los principios del Evangelio. Así, el don recibido se inscribió en la cultura a la que se ofrecía, respondiendo a la lógica de la encarnación.

Un momento importante en la definición del carisma fue la redacción de la Regla. El carisma del Fundador al ser escrito en forma de Regla, se hizo extensivo para que otros miembros participasen del mismo don. Podemos decir que el carisma es un don personal compartido comunitariamente. El Hermano Gabriel escribió varias veces las Reglas de la Congregación. En todas ellas vemos un hilo conductor en los elementos constitutivos de la nueva Congregación como son la vocación de Hermano, el patrocinio de la Sagrada Familia, la vida comunitaria y la misión en la escuela y en la parroquia. Todos ellos conforman la identidad carismática.

Los colaboradores inmediatos del Fundador contribuyeron a la configuración del Instituto. La Comunidad de Belley, en cuanto comunidad de formación y de gobierno, fue la primera depositaria de la inspiración carismática y la que puso en práctica las intuiciones iniciales. La profesión de nuevos Hermanos y la apertura de comunidades y obras era la mejor garantía de que el Instituto era “obra de Dios”. La universalidad del carisma la vemos reflejada en estas palabras del H. Gabriel: “Los Hermanos pueden establecerse y hacer el bien por doquier, de acuerdo con las leyes civiles y eclesiásticas de la diócesis y el estado en que se establezcan” (Súplica a Gregorio XVI para la aprobación de la Congregación).

Así nuestro Instituto nació como una nueva voz profética para reconstruir la Iglesia y la sociedad a través de la educación, la catequesis, la liturgia y toda clase de buenas obras. Las deficiencias sociales y eclesiales a las que respondieron el Hermano Gabriel y los primeros Hermanos continúan hoy con nuevas expresiones y semblantes, impidiendo la realización del Reino de Dios. Este hecho valida la continuidad y actualidad del carisma del Instituto que está dispuesto a salir para responder a estas necesidades y construir el nuevo Reino.

La figura del Hermano Gabriel es una referencia obligada como padre espiritual y modelo en el seguimiento de Cristo. La fuente primera para el Hermano siempre es Cristo, pero el modo específico de vivir sus enseñanzas pasa por el camino del carisma del Fundador. Los Hermanos, seguimos hoy recibiendo del Señor ese mismo espíritu del que el Hermano Gabriel se sintió animado. En este sentido podemos decir que nuestra vocación ha sido gestada por el carisma.

Un carisma de servicio en constante mutación

Nuestro carisma congregacional, en su primer siglo de existencia, se desarrolló en Europa y América y fue vivido exclusivamente por los Hermanos. Ahora reconocemos su innata capacidad de expresar la catolicidad de la Iglesia y ser vivido en otros pueblos, culturas y estados de vida. Así vemos la vitalidad del mismo en nuestras Comunidades de África y Asia y en muchos Laicos Sa-Fa que se han adherido a su espiritualidad y misión. El 38 Capítulo General decía a este propósito: “Nos alegramos de que el carisma Sa-Fa se extienda a nuevos contextos culturales y acogemos la llamada del papa Francisco que nos invita a convertirlo en un carisma en salida”. Todo carisma es misionero, asociado a la misión de Cristo y llamado a acoger el mandato: “Id por todo el mundo y predicad el Evangelio”.

El carisma, por la acción del Espíritu, permanece abierto a nuevos modos de presencia en los pueblos y las culturas. Hoy vemos como el carisma se enriquece con expresiones propias de las culturas. La fuerza carismática puede aglutinar las diferencias culturales, eclesiales o personales. Es la que nos da una identidad personal, comunitaria y eclesial. Es verdad que la identidad es multidimensional y configurada desde la familia, la cultura, la formación, la personalidad etc. pero la experiencia vocacional de la que es parte el carisma, articula y recrea la identidad desde un núcleo capaz de incluir las otras identidades.

Somos hijos de nuestro tiempo y participamos del mundo actual en cada contexto cultural. En general, nuestro mundo se define por vivir tendencias generalizadas de secularización, globalización, multiculturalidad, relativización, individualismo, tecnificación y consumismo. Todo ello nos afecta y entra en nuestras vidas, lo positivo y lo negativo. En este contexto estamos llamados a ser levadura en la masa o a “despertar el mundo” como nos decía el papa Francisco. Si bien podemos ser víctimas de lo negativo de nuestros ambientes, también podemos aprovechar las oportunidades y ser agentes de cambio si nos tomamos en serio la vivencia de nuestro carisma. Pongamos el carisma del Instituto al servicio de una nueva sociedad: “No podemos encerrar y acallar el mensaje que el Espíritu Santo ha confiado al Hermano Gabriel” (38 Cap. Gen.).

Algunas expresiones del papa Francisco revelan esta necesidad de actualización: "Un carisma es algo creativo, no una estatua de museo". "Todo carisma para vivir y ser fructífero está llamado a descentrarse, para que en el centro esté sólo Jesucristo... Hay que hacerlo fructificar con coraje, confrontándolo con la realidad actual, con las culturas, con la historia, como nos enseñan los grandes misioneros de nuestros institutos”. Los seres vivos no sólo cuentan con sus propios componentes, sino que se abren a su entorno, son permeables y adoptan nuevas formas para desarrollarse en un nuevo medio de vida.

Cada generación se encuentra con un contexto social nuevo en el que se integra y que a su vez desarrolla los sistemas recibidos del pasado y los transforma. La excusa de adaptación a los tiempos modernos ha sido muchas veces el móvil de una pérdida progresiva de la propia identidad espiritual, bien por acomodación a ser como los demás o por inobservancia de las Constituciones y decaimiento espiritual. Por el contrario, acoger los signos de los tiempos, significa acoger este momento histórico y todas las situaciones que le son propias, como lugar teológico e interpelación de Dios. No solo debemos leer los signos de los tiempos sino “contribuir también a elaborar y llevar a cabo proyectos nuevos de evangelización” (VC 73).

El Espíritu es el dador y garante de la nueva vida: “Yo te aseguro que nadie puede entrar en el reino de Dios, si no nace del agua y del Espíritu” (Jn 3, 5). Vivir el carisma en salida es siempre una acción de la gracia que podemos favorecer u obstaculizar. Los elementos que lo hacen posible son: la fuerza del Espíritu, la personalización que hace cada Hermano o Laico Sa-Fa, el diálogo con las culturas, el discernimiento por parte del Instituto, el impulso para poner en marcha proyectos y la adaptación al entorno.

Elementos emergentes y significativos para dar vitalidad al carisma en el momento presente

a) Identidad de Hermano

El Hermano Gabriel vivió y sostuvo su vocación de Hermano como parte del don carismático recibido, a pesar de las incomprensiones de la Iglesia clericalizada de su tiempo. Como expresión de su convicción del valor de la vocación de religioso hermano nos dejó escrito: “Lleváis el dulce nombre de Hermanos, no permitáis que os llamen de otra manera. Los nombres de las dignidades inspiran e imponen respeto; este, por el contrario, sólo sugiere sencillez, bondad y caridad” (H. Gabriel, Guía 112). Estas palabras nos hacen ver la importancia y acentuación de este rasgo carismático: “Todos los miembros son Hermanos y llevan este nombre” (C 4).

Ser Hermano forma parte de nuestro ADN congregacional, aunque en determinadas culturas e Iglesias locales la vocación del Hermano no sea comprendida ni valorada. La vocación de Hermano continúa siendo hoy una llamada profética a la sencillez, a las relaciones horizontales, al reconocimiento de la dignidad de cada persona, a la fraternidad entre los hombres, al servicio y a la comunión eclesial. Como el Hermano Gabriel, debemos mostrar el fuerte sentido evangélico de la vocación de Hermano con nuestro testimonio. Hemos de ser testigos de nuestra fe, todo debe partir de mostrar que somos hombres de Dios, sin ello la profecía de la vocación de Hermano se queda vacía.

Hemos de seguir profundizando en lo que significa ser Hermano hoy. Las preciosas intuiciones de los documentos Vita consecrata e Identidad y misión del religioso hermano en la Iglesia nos dan algunas claves y motivos para comprender el valor de esta vocación. Son especialmente iluminadoras expresiones como: “Llamados a ser hermanos de Cristo, profundamente unidos a Él; hermanos entre sí, por el amor mutuo; hermanos de todo hombre por el testimonio de la caridad de Cristo hacia todos, especialmente hacia los más pequeños, los más necesitados; hermanos para hacer que reine mayor fraternidad en la Iglesia” (VC 60) recogido también en nuestras Constituciones (C 4), y “hacer visible el rostro de Cristo hermano” y “ser memoria viviente de la manera de ser y de actuar de Jesús” (IMRH 15).

El Papa Francisco en la Encíclica Fratelli tutti nos invita a construir la fraternidad humana. Esta invitación nos abre un horizonte de acción y de relaciones que debemos acoger. La fraternidad está herida en el mundo, es una asignatura pendiente. Los odios y divisiones están teniendo consecuencias deshumanizadoras para muchos. Como Hermanos tenemos ante nosotros una tarea de sanación, de pacificación, de crear conciencia de fraternidad, de defender la dignidad de cada persona, de crear cultura de solidaridad y de igualdad en la diversidad. Estamos llamados a aportar nuestra voz y nuestra acción educativa y catequética en favor de todo lo que promueva la dignidad humana y las relaciones de amistad entre personas y pueblos.

Esto supone denunciar el acoso, el racismo, la explotación de personas, el terrorismo, las guerras, las supremacías, los abusos de poder o la degradación de la naturaleza. El equilibrio entre denuncia y anuncio solo será posible desde el Evangelio para no caer en polarizaciones ideológicas.

Una expresión fraterna de nuestro tiempo es la acogida al diferente. Un buen número de nuestras Comunidades de Hermanos están compuestas por Hermanos de distintos países. Así mismo, en bastantes de nuestras obras se da la interculturalidad, en las que hay alumnos procedentes de distintos países y culturas. Especialmente en África y Asia, predomina la interreligiosidad de confesiones cristianas diferentes y de religiones como la musulmana, la hinduista u otras. Igualmente es muy plural la mentalidad cultural y la creencia o no creencia en Dios que se da especialmente en nuestras obras de las culturas occidentales. Hemos de superar los prejuicios y valorar a cada persona con sus particularidades, considerándola hermano y hermana con la que vivir la alegría de la fraternidad. Somos portadores de un mensaje de profecía: “Vivir una fraternidad sencilla y cordial, que nos ponga al alcance de todos” (PVI 38 Cap. Gen.).

Ser Hermano no es un título, ni su identidad queda reducida a signos externos que la expresan. “Nuestro mayor poder no es el respeto que los otros nos tienen, sino el servicio que podemos ofrecer a los demás” (Papa Francisco). Desde nuestra identidad de Hermanos podemos ofrecer a la Iglesia un modo de vivir las relaciones en la horizontalidad y un estilo de ser Iglesia en sinodalidad que ayuden a superar las estructuras piramidales y las expresiones de poder.

Hago una llamada, especialmente a los Hermanos más jóvenes, a manifestar con claridad nuestra identidad de Hermano en la misión, en los centros de estudios y de manera específica en las redes sociales. Querer mostrarse en estos lugares o medios como uno más no ayuda a unificar la vida y a vivir la consagración. Ser Hermano es una vocación de consagración, esto es, ser para Dios.

b) La Sagrada Familia

Si nos asomamos a la ventana de nuestra historia quedaremos gratamente sorprendidos al ver cómo los Hermanos de la Sagrada Familia de todos los tiempos hemos sentido de manera profunda el amor hacia nuestros patronos Jesús, María y José. De la Sagrada Familia hemos sacado la sabiduría que nos ha guiado en la vida comunitaria y en el apostolado y hemos sabido hacer partícipes de esas enseñanzas y de esa devoción a los alumnos y familias. Podemos decir que la Sagrada Familia es el crisol afectivo y espiritual de los Hermanos. Es quien concentra la mirada de todos y donde nos encontramos con más facilidad: “Bajo el techo humilde de Nazaret” (HG).

Nuestra mirada a la Sagrada Familia suscita algunas vinculaciones como la oración, la presencia viva y la imitación. La oración es vivida como relación de confianza con Jesús, María y José y expresada en oraciones, imágenes, la memoria diaria y semanal o el tiempo de Navidad. Pero la oración y la presencia viva de la Sagrada Familia deben llegar a ser una espiritualidad capaz de crear un estilo de vida cotidiana. Un estilo de vida que imite su relación con Dios, con los Hermanos y con los hombres. Este “camino de Nazaret” no debemos perderlo.

La Sagrada Familia es la fuente segura de nuestra espiritualidad. En nuestra tradición han tenido una gran importancia las “virtudes nazarenas” que han caracterizado a los Hermanos. Estas virtudes han forjado la identidad del ser y del hacer de los Hermanos como un elemento proactivo. “Leyendo las biografías de los Hermanos difuntos con sentido crítico, se llega a la convicción de que han sido precisamente las virtudes nazarenas las que más los han caracterizado” (Comentario de Const. n 10). Si bien en las listas de virtudes que el Hermano Gabriel nos dejó hay variaciones, algunas virtudes las subraya con especial intensidad: la humildad, la sencillez, la obediencia, la abnegación o la entrega. La lectura de la espiritualidad del Instituto que debemos de hacer a la luz de la vida y de la reflexión actual de la Iglesia, nos revelará las virtudes y actitudes que nos ayuden a continuar nuestra tradición y a vivir la fidelidad creativa en este punto.

El ideal de comunidad que nos proponen las Constituciones es una comunidad familia, caracterizada por el espíritu de familia, que vive en comunión fraterna hacia dentro y hacia afuera. Nuestra vida de comunidad es una respuesta comunitaria a la llamada de Dios en la que actualizamos la respuesta de amor que Jesús dio a su Padre en el hogar de Nazaret. Igualmente prolongamos el dinamismo familiar de Nazaret, en la oración, el trabajo y el amor (Cfr. C 23 y 91). “La Sagrada Familia continúa orando, trabajando y amando en nosotros” (Comentario de Const. No 160). Si entendemos así la vida comunitaria, superaremos las debilidades humanas que nos enredan en un mal espíritu. La comunidad se convertirá en un icono de un nuevo mundo, como lo fue en su época y lo sigue siendo hoy la familia de Nazaret.

Si salimos de nuestras comunidades, nos encontramos con el cambio sociológico que está experimentando la familia en todas las culturas. Una urgencia de nuestro tiempo es acompañar estos cambios que está viviendo la familia, dedicando esfuerzos a la pastoral familiar en unión con los Laicos Sa-Fa. La Iglesia nos insiste en este punto y nos lo pide expresamente a los Hermanos de la Sagrada Familia. Hemos de ayudar a comprender el valor de la familia y la riqueza de la familia cristiana frente a modelos que no alcanzan a expresar toda la profundidad que conlleva la familia. Educar en el espíritu de familia puede facilitar la comprensión de las relaciones humanas. No debemos tener miedo en ayudar y ser mediación humilde cuando nos encontramos con familias en dificultad.

Nuestra mirada a la Sagrada Familia debe estar abierta a las nuevas orientaciones de la Iglesia. En este sentido, el inicio del siglo XXI está siendo muy fecundo en encíclicas, exhortaciones o cartas apostólicas que contribuyen a enriquecer nuestra espiritualidad. Por ejemplo “Amoris Laetitia”, “Gaudete et exsultate” o “Patris corde”. Así mismo, hemos de estar abiertos a las Congregaciones y Movimientos con quienes compartimos la espiritualidad de la Sagrada Familia en Nazaret.

Siguiendo nuestra tradición podemos decir que nuestra espiritualidad está llamada a construir la familia natural prestando atención a cada uno en su particularidad, construir la vida comunitaria con una donación generosa, construir la comunidad eclesial junto a las distintas vocaciones, construir la familia humana promoviendo los valores del evangelio y construir la casa común cuidando la naturaleza. En todo ello, aportaremos los valores nazarenos, basados en la filiación con Dios y la fraternidad con los hombres.

c) La escucha de la Palabra

Todos tenemos la experiencia de que las palabras nos educan, nos corrigen y nos hacen ser como somos. Parte de nosotros ha tomado forma a través de la palabra escuchada o leída.

La Sagrada Familia fue cumplidora de la ley y cada sábado escuchaba en la sinagoga la Palabra de Dios. Esta actitud de escucha de la Palabra suscitó en ellos la obediencia a la voluntad de Dios. Podemos ver en los Evangelios las consecuencias de esta actitud en la vida de Jesús, María y José: María supo decir “Hágase en mí según tu Palabra”, y guardaba y meditaba todo lo que sucedía en su corazón; José fue hombre de escucha y de silencio y por eso pudo entender lo que Dios le pedía y Jesús aprendió a orar y a escuchar en la escuela de su familia de Nazaret. Jesús antes de salir a predicar escuchó interiorizó y obedeció a la Palabra, sólo así llegó a crear una nueva familia en torno a la Palabra: “Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen” (Lc 8, 19 – 21).

La familia de Nazaret surgió, creció y maduró en torno a la fidelidad a la Palabra. En el Concilio Vaticano II apareció con fuerza la espiritualidad de la Palabra. Nuestras Constituciones son ricas en este sentido y usan expresiones como: fidelidad a la Palabra de Dios; la Palabra como mediación para conocer la voluntad de Dios; confiar en la Palabra de Dios; escucha, interiorización y vivencia de la Palabra; alimento de la vida espiritual; el diálogo basado en la Palabra... Todos estos aspectos se vivieron en Nazaret y hoy estamos invitados a entrar en esta sabiduría que guio a Jesús, María y José. La nueva familia de Jesús se basa en los lazos de la fidelidad a la Palabra de Dios (cfr. C 7 y C 12).

En los PVI dados por los Capítulos Generales, a partir de las Constituciones de 1986, se ha venido insistiendo en “dejarse iluminar por la Palabra de Dios”, “hacer lectura orante de la Palabra”, “compartir la Palabra en momentos comunitarios”, “descubrir el valor de la Palabra en la vida diaria”, “formarnos mejor en la escucha personal y comunitaria de la Palabra de Dios”. Mirando las referencias de las Constituciones y estos textos capitulares podemos ver la Palabra de Dios como un elemento importante de la espiritualidad nazarena que nos ayudará a vivir el Evangelio desde Nazaret: “Los Hermanos aprenden a meditar y a vivir el Evangelio a la luz del misterio de Nazaret” (C 7).

La Palabra también se hace oración cotidiana en la proclamación de los salmos. Cada comunidad, varias veces al día, hace su oración con los Salmos: “Recuerdan que en Nazaret Jesús, María y José vivieron la fe y la esperanza de Israel con estos mismos salmos” (C 134). Jesús usa en sus discursos muchos versículos de los salmos, demostrando una fuerte interiorización de los mismos. La Iglesia pone en nuestra boca estos mismos salmos en la liturgia. Los salmos expresan a la vez la acción salvadora de Dios en el pueblo y los sentimientos del pueblo que busca y confía en Dios. Hoy estos mismos salmos rezados en nuestras comunidades reviven la experiencia de súplica y alabanza que se funden en un único canto. Dios nos habla de su amor y de su proyecto y nosotros le hablamos de nuestra fragilidad y de nuestra fe. Seamos creativos en el modo de proclamar los salmos para ayudarnos a entrar en su espíritu. El Centro de Espiritualidad nos ha ofrecido interesantes comentarios a los salmos haciendo una lectura con ojos nazarenos.

La renovación pedida por el Concilio a la vida religiosa fue posible mediante la vuelta a las fuentes carismáticas y a la Palabra de Dios. En estos elementos debemos seguir fundamentando toda renovación. La Palabra y el Carisma son los dos pulmones por los que tenemos que respirar.

d) El espíritu de cuerpo y de familia

El “espíritu de familia” es el espíritu propio del Instituto (Cfr. C 11). Este espíritu de familia es estilo de vida, pedagogía en las relaciones, contenido evangélico y mensaje profético. El espíritu de familia debe ser como la clave en una partitura que sitúa cada una de las notas de nuestra vida. Nuestra manera de ser y hacer deberá tener esta impronta del espíritu de familia. Los modos de expresarlo pueden ser variados y cambiantes. Hoy vemos que las culturas locales, los valores emergentes y el carisma compartido con los laicos aportan nuevas expresiones al espíritu de familia que lo hacen más comprensible. Algunas de estas expresiones son: la sencillez, la presencia, la cercanía, la escucha, la atención a la propia familia, la solidaridad, la comunicación, la acogida de la diversidad, el cuidado de los más débiles, la gratuidad o la sinodalidad...

El texto original que el Hermano Gabriel escribió en la Circular 21 fue “espíritu de cuerpo y de familia”. Si bien en nuestra tradición se ha mantenido en la memoria esta expresión, en la práctica se ha unificado en el “espíritu de familia” porque incluye el significado del espíritu de cuerpo y evoca con más fuerza la relación con la Sagrada Familia. La expresión “Espíritu de familia” está inspirada, como sabemos, en una Circular del Superior de los Hermanos de San Gabriel de enero de 1864 dedicada al “Espíritu de familia”. El Hermano Gabriel, en su Circular del 21 de julio de 1864, usó la expresión: “Espíritu de cuerpo y de familia”, y es en este enunciado completo, donde podemos ver más claramente su intuición y su originalidad.

La expresión “espíritu de cuerpo” es anterior a la expresión “espíritu de familia” ya que aparece escrita en el Nouveau Guide 16, en 1858, donde dice: “El espíritu del Instituto es también necesariamente un espíritu de cuerpo, que hace que todos los Hermanos de la Sagrada Familia estén unidos estrechamente, que se amen unos a otros y siempre, pero en todo momento por Dios y en Dios, que amen a su Instituto por encima de todo y que suceda lo que suceda, jamás se aparten de él”. Me parece importante subrayar el contenido específico que el H. Gabriel dio a esta expresión. En este párrafo resalta la unidad, el amor mutuo, el amor al Instituto y el sentido de pertenencia. Este contenido coincide con el significado dado al “espíritu de cuerpo” que es definido como: “Sentimiento de unidad y cohesión por parte de los miembros de un grupo. Se caracteriza por la identificación que los miembros del grupo tienen entre sí, su preocupación por el bienestar de los demás, el mutuo sentimiento de pertenencia y un cierto sentido de objetivos comunes” (Pablo A. Deiros, Diccionario bíblico Hispano-americano de la misión, COMIBAN. Buenos Aires 1997).

Los esfuerzos del Hermano Gabriel para dar cohesión, profundidad y unidad a la Congregación se ven desde el primer momento de la fundación y se mantienen a lo largo de su vida a través de la correspondencia, las Circulares, el esfuerzo por construir la casa de Belley para acoger a los Hermanos, las visitas a las Comunidades o celebrar todos juntos el retiro anual y la fiesta de la Sagrada Familia. La expresión “espíritu de cuerpo” recoge sus deseos más profundos: reforzar las relaciones fraternas, conseguir la unidad entre todos los Hermanos, afianzar el sentido de pertenencia y favorecer la colaboración en los intereses comunes. Aspectos que me parecen importantes para superar el individualismo que hoy nos tienta y para llevar a cabo el proceso de reorganización y revitalización.

A este propósito se hace necesario preguntarnos ¿cuáles son las expresiones de individualismo que vivo como Hermano? Todos reconocemos que es una mala actitud que se da entre nosotros e incluso la consideramos peligrosa para vivir nuestro estilo de vida. ¿Qué expresiones del individualismo debo corregir o superar para entrar en la dinámica constructiva del espíritu de cuerpo y de familia? Una pregunta que me parece necesaria plantearla personalmente y en comunidad.

La imagen del cuerpo es utilizada por San Pablo para expresar la unión de Cristo cabeza con su Iglesia, el cuerpo: “Así nosotros, aunque seamos muchos formamos en Cristo un solo cuerpo” (Rm 12, 6). Todos los miembros están interrelacionados, cada uno aporta su parte para el bien común y no pueden existir el uno sin el otro. Esta imagen del cuerpo místico nos ayuda a entender la profundidad de esta expresión. Solo podemos comprender el Instituto desde el afecto y desde la fe, interiorizando el carisma, su historia y su tradición e incluyendo los vínculos legales. Desde ahí seremos capaces de armonizar las diferencias, integrando lo propio de cada uno. En el Instituto, todos estamos sujetos a la ley del dar y del recibir recíprocos. Cada uno posee un don particular que puede aportar para el bien de todos. Vivir el “espíritu de cuerpo y de familia” es estar abierto a las relaciones, la reciprocidad y la complementariedad.

El 38 Capítulo General nos ha ofrecido la imagen del poliedro para explicar que somos un Instituto con diferencias culturales y sensibilidades distintas, pero un cuerpo único “donde cada uno es aceptado en su originalidad (EG 236) y así podemos caminar todos hacia una convivencia de las diferencias” (PVI). De cara a la reorganización y la revitalización del Instituto me parece importante hacer nuestra la fórmula completa “espíritu de cuerpo y de familia”. Ello nos ayudará a vivir en el ámbito local la cercanía del amor y en el ámbito del Instituto la unidad que nos ayude a superar los regionalismos. Vivir el “espíritu de cuerpo y de familia” nos debe hacer sentir parte de una familia internacional e intercultural en la que debemos sostener las necesidades de cada una de sus partes con solidaridad. Cada Hermano debe ser capaz de aportar todo lo que esté en su mano para construir el Instituto de hoy porque el cuerpo debe ser alimentado y cuidado para que pueda crecer. Esta visión, además, permitirá fortalecer el Instituto como cuerpo apostólico.

e) La misión

Para entender nuestra misión de Hermanos hemos de reconocer el nuevo contexto cultural en el cual nos encontramos. Muchos países ya han pasado la página de una fe de cristiandad donde la Iglesia era hegemónica y marcaba el estilo de sociedad. Vivir en estas sociedades secularizadas nos exige entrar en nuevos paradigmas pastorales. El entorno en el que opera el Instituto es cambiante y se debe adaptar continuamente, por eso es importante poner todos los medios en la dirección en que nos queremos mover: organización, estrategias, equipos y recursos financieros.

La sensibilidad religiosa y social del Hermano Gabriel le llevaron a ver las necesidades del pueblo sencillo, donde él siempre se movió, y ahí nacieron sus intuiciones carismáticas. Sumó su voluntad a la Iglesia y a la sociedad que querían curar las heridas de la revolución con la educación humana y la formación cristiana. Sus destinatarios fueron los niños, los jóvenes y las familias. Sus ámbitos fueron la escuela, la parroquia y la casa. El carisma congregacional que nació al servicio de la evangelización encontrará su sentido de ser en los mismos destinatarios y en los mismos ámbitos, aunque con circunstancias diferentes.

La historia de la misión del Instituto confirma una fidelidad al carisma original, aunque con modelos diversos. El carisma que nació en Francia, cuando se ha traspasado a otros países se ha sometido a un proceso de inculturación, que ha supuso la muerte de ciertas formas, para renacer con características propias de la nueva cultura. Así podemos constatar que las mismas semillas carismáticas no han dado igual fruto apostólico en una cultura que en otra, en un país que en otro.

Se ha hecho un gran esfuerzo para que nuestras Comunidades estén bien inculturadas en el territorio. Las obras educativas y catequéticas del Instituto demuestran el compromiso con la educación, la cultura, la formación humana y cristiana, la atención a los desfavorecidos, el anuncio evangélico y los valores humanos y religiosos. La misión realizada ha servido a la construcción de la sociedad de diversos países y de la comunidad cristiana en muchas diócesis.

Ser fieles a esta tradición carismática nos debe llevar a sostener con decisión las obras que el Instituto ha creado como fruto del carisma. No sólo debemos garantizar que puedan seguir abriendo sus puertas, sino también que cumplan bien sus fines. En la actualidad la Familia Sa-Fa sostiene una red de centros educativos importante con un alumnado en aumento. Como Hermanos debemos estar en primera línea con nuestra implicación y testimonio personal de modo que garanticemos el Proyecto Educativo del Instituto. Especialmente debemos ayudar a aquellas obras que no pueden ser sostenidas por una Comunidad de Hermanos pero que sí pueden ser sostenidas por los Laicos Sa-Fa. El esfuerzo de seguimiento, formación y tutela que se está haciendo en este sentido es necesario y debe ser una preocupación de las Provincias.

Hoy seguimos viendo necesidades de todo tipo en nuestro mundo. Por citar algunas: niños aún sin escuela en bastantes países, necesidad de cultura, desorientación de los jóvenes por la pérdida de valores, la vulnerabilidad de la familia, la violencia en todos los ámbitos, la falta de fraternidad y solidaridad entre los pueblos, el poco cuidado del medio ambiente... Hoy muchos siguen necesitados de educación, de formar su fe, de encontrar el sentido de su vida, de ser reconocidos en su dignidad de persona, de ser acompañados en su vocación, sea la que sea. A todas estas realidades debe mirar nuestro carisma y fomentar planes y programas abiertos a las emergencias de los destinatarios.

Los últimos Capítulos nos están insistiendo en hacernos cargo de modo especial de la pastoral juvenil, de la pastoral familiar y de la solidaridad. Si bien hay un camino ya recorrido, el momento presente lo hace más difícil y por ello, nuestro empeño debe ser más decidido, programado y sostenido por todos: Consejo Provincial, Equipos, Comunidades, obras y personas. Además, las Iglesias y culturas locales nos están demandando algunas misiones que van en la línea “de toda clase de buenas obras”, a las que con discernimiento y en la medida de nuestras fuerzas podemos responder. Los medios pueden ser variados: voluntariados, poner a disposición locales o edificios, apoyos solidarios, creación de nuevas obras o presencias, etc.

La misión, vista desde nuestra espiritualidad nazarena, está llamada a construir la familia de Dios, esto es, la Iglesia y al mismo tiempo construir la familia humana, es decir, la sociedad con los valores del Reino de Dios. Podemos preguntarnos: ¿Qué cultura favorecemos en nuestras comunidades y en nuestras obras? Me parece importante esta cuestión porque una cosa puede ser el ideal o los documentos que deben orientarnos y otra la mentalidad concreta que se ha creado en la comunidad o en la obra. Debemos evaluar qué tipo de persona, sociedad e Iglesia fomentamos desde la misión personal y comunitaria. Tengamos la capacidad de dejarnos interrogar. La indiferencia de Caín por el destino de Abel, “¿soy yo acaso el guardián de mi hermano?” es un camino de aislamiento. Mientras que la respuesta de Yahvé a Moisés, “He visto la aflicción de mi pueblo”, es el camino de la implicación.

La actitud que permitirá afrontar la misión del Instituto es la disponibilidad personal. Reconocemos que la disponibilidad de un buen número de Hermanos para ir a donde hiciese falta, ha sido una fuerza muy grande en el pasado y lo está siendo ahora para sostener la misión del Instituto. El Señor nos da mucho más de lo que le podemos dar cuando tenemos el corazón abierto a sus llamadas. No hemos de tener miedo a perder comodidades, a cambiar de comunidad o a ir a una misión desconocida. El Señor nos dará el ciento por uno. La disponibilidad es un fruto espiritual que debemos pedir al Señor.

Así mismo, actualizar y vivir el carisma en salida pide a todos los Hermanos un “celo ardiente y desinteresado” y “el amor al trabajo” que son virtudes de nuestra tradición. No nos podemos conformar con cumplir las exigencias de un trabajo profesional, sino que hemos de tener presente el sentido de misión de Iglesia realizándolo con verdadero celo apostólico.

f) El carisma compartido

En la historia de la Iglesia se constata la participación de grupos de laicos en la espiritualidad y misión de algunas Ordenes y Congregaciones. Para ello, se adaptaron algunos aspectos del carisma al estado laical que fueron propuestos como camino de santificación. La Exhortación apostólica Christefideles laici de Juan Pablo II, con motivo del Sínodo sobre los laicos, celebrado en 1987, favoreció la apertura a compartir el carisma de las Congregaciones con los laicos: “Son, en efecto, una singular riqueza de gracia para la vitalidad apostólica y para la santidad del entero Cuerpo de Cristo...” (ChL 24).

En este contexto eclesial nacieron las Fraternidades Nazarenas que el Consejo General, siguiendo una orientación del Capítulo General de 1989, decidió crear en su reunión del 8 de enero de 1993. Ya en ese año nacieron las primeras Fraternidades y en la actualidad hay unas 50 en 12 países. En nuestro Instituto, esta apertura a los laicos se había comenzado con las Asociaciones de padres, las asociaciones apostólicas y la misión compartida de profesores y catequistas. Un paso más fue el nuevo modo de hacer pastoral juvenil que empezó en los años 80 en América y Europa y que tuvo continuidad en la etapa adulta, dando como fruto algunos grupos de laicos adultos abiertos al carisma del Instituto. Todo ello sumado, ha suscitado el deseo de Hermanos y Laicos Sa-Fa de compartir la misión, la espiritualidad y el espíritu. Igualmente se ha avanzado en la formación en torno al carisma por parte de profesores, catequistas y comunidades cristianas integradas en los movimientos pastorales del Instituto.

El aumento de nuevas asociaciones y personas vinculadas a las Congregaciones se ha interpretado como un signo de los tiempos, don del Espíritu a la Iglesia. La reforma de las Constituciones de 2007 constató esta realidad añadiendo a las mismas el n 4bis: “Los Hermanos acogen como un don del Espíritu Santo el interés mostrado por algunas personas y grupos hacia su carisma. Ven en ello una llamada a vivir la comunión eclesial en la complementariedad de las vocaciones. Su carisma puede ser compartido con los laicos y sacerdotes, invitados a participar, en diversas formas, de la espiritualidad y de la misión del Instituto”. Actualmente, en los documentos más recientes de la Iglesia este fenómeno de adhesión a un carisma es reconocido con el nombre de “Familias carismáticas”, en nuestro caso “Familia Sa-Fa”.

Después de un camino ya recorrido en el que muchos laicos viven algunos aspectos de nuestro carisma, vemos que el enriquecimiento es mutuo. Caminar juntos implica aprender unos de otros y crecer juntos. Esta es la experiencia corroborada tanto por los Hermanos como por los Laicos Sa-Fa. Cabe seguir avanzando en esta línea y abrirse allí donde aún no se han abierto decididamente estos procesos. Así mismo, debemos continuar los programas de formación conjunta de Hermanos y Laicos Sa-Fa. Ello hará que los Hermanos podamos acoger las intuiciones y vivencias de los Laicos sobre la espiritualidad nazarena y taboriniana, y los Laicos puedan aprender de nuestra tradición y experiencia los rasgos carismáticos más útiles para su vida cristiana. Es este un camino de futuro.

Dando un paso más, será conveniente seguir ofreciendo momentos de formación a varios niveles y establecer programas concretos. En estos programas hemos de contar con algunos Laicos que han hecho un camino de experiencia carismática para incorporarlos a la tarea de la formación carismática. Ya va habiendo ricas experiencias en este sentido. Hemos de entender que Hermanos y Laicos Sa-Fa estamos en la misma barca y además de compartir el carisma del Instituto, compartimos la condición laical, por la que tratamos de representar a la Iglesia en la sociedad, mover a los hombres hacia Cristo y ordenar el mundo según el evangelio.

g) Las vocaciones y la formación

Es inherente al carisma del Fundador la fecundidad, sin la cual no podría haber producido una nueva obra en la Iglesia. El Espíritu entró en la vida del Fundador para implicar por su mediación a otras personas que, con él y como él, abrazasen un estilo propio de seguir a Cristo. Esta fecundidad que nace del carisma, puede aumentar, disminuir o incluso caminar hacia la esterilidad.

Algunos autores entienden la pastoral vocacional como una misión de vanguardia, de evangelización de primera línea. Los llamados por Cristo fueron destinatarios de una evangelización personal, comunitaria y puesta a prueba. Los evangelizadores que Jesús preparó fueron primero evangelizados. Hoy el Señor sigue llamando a quiénes están destinados a evangelizar, pero necesita de mediadores y medicaciones para llegar a la persona llamada.

Los animadores vocacionales ayudan a los más jóvenes a incorporarse plena y conscientemente a la vida cristiana y a madurar su fe posibilitando encontrarse consigo mismo y con Cristo. Veo y reconozco el esfuerzo de los Hermanos que desempeñan esta misión de la animación vocacional y que se continúa en las casas de formación. Hemos de valorar esta dedicación, apoyarla con nuestra colaboración y sumar a más Hermanos a este trabajo. Todos estamos llamados a ser animadores de vocaciones, con la oración, el ejemplo personal, el testimonio comunitario y la acción directa, pero hay Hermanos a los que se les da este cometido como responsabilidad primera. Es sobre todo una tarea de evangelización.

Siguiendo el ejemplo del Hermano Gabriel que siempre estuvo preocupado por buscar seguidores del carisma, debemos ver como una urgencia la animación vocacional. Es verdad que en muchos países hay crisis de vocaciones y son muchas las realidades sociológicas y religiosas que lo favorecen. Pero al mismo tiempo, y esto me parece más triste, hay crisis de convocantes porque se dan muchas reticencias mentales y vitales e incluso prejuicios que bloquean una decidida convicción de ser mediadores en la llamada vocacional. No solo hay crisis de vocaciones sino también hay crisis de convocantes. En este punto, hay un trabajo interior a hacer.

En la animación vocacional todos podemos hacer mucho más y debemos sensibilizarnos y organizarnos mejor en las Provincias y en las Comunidades. Estamos viendo en algunos lugares del Instituto que la disminución o ausencia de nuevas vocaciones hace peligrar nuestra continuidad en esa cultura o país. Llamo a los Hermanos que viven en estos lugares a que dediquen decididamente las fuerzas que tengan a garantizar la continuidad del carisma con el trabajo de animación de nuevas vocaciones, la formación de candidatos a Hermanos y la formación de Laicos Sa-Fa capaces de dar continuidad al carisma. Esto exige, más que tener en la cabeza muchas ideas y buenas intenciones, el sentirlo como un deseo profundo al que dedicamos tiempo y esfuerzo y desarrollamos unas estrategias para llevarlo a cabo. En este punto también el carisma debe estar en salida. No nos quedemos en casa, la animación de las vocaciones exige salir.

Una parte importante de la revitalización del Instituto vendrá por las nuevas vocaciones o no será. Lo mismo podemos decir de la formación. En este proceso abierto de reorganización y revitalización hemos de poner atención en la formación inicial, poniendo los medios para que se dé en buenas condiciones y prestando atención a la formación carismática, como nos pedía el Capítulo: “Cultivar la espiritualidad como un elemento esencial en el proceso formativo” (PVI). La Guía de Formación del Instituto, recién actualizada, nos ayudará a fortalecer la formación, afianzando lo teórico y fomentando que llegue a ser experiencial. De igual modo la formación permanente de Hermanos y Laicos Sa-Fa debe tener un puesto central. Será el modo de crecer desde dentro y de empezar la casa por los cimientos. Agradezco los esfuerzos de las Provincias y de muchas Comunidades que están siendo capaces de dar pasos en este sentido. Animo en esta dirección.

Después de hacer este elenco de elementos consustanciales a nuestro carisma, podemos decir que el carisma inspirado al V. H. Gabriel sigue teniendo una gran actualidad en el presente, por su gran conexión con las realidades y los desafíos de nuestro tiempo. Su rica propuesta de valores puede ayudar a crecer a las personas y a los grupos. Todo ello requiere de Hermanos y Laicos que lo encarnen y sean promotores en las distintas misiones y realidades en donde hoy está presente la Familia Sa-Fa. Tendrá futuro si es válido y útil para dar respuesta a las necesidades de los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

Quiero terminar con una invitación a agradecer al Señor por el carisma confiado al Hermano Gabriel. Reconocemos que el Señor inspiró y acompañó los pasos del Hermano Gabriel para fundar un nuevo Instituto y en sus propias palabras podemos decir: “el Instituto es obra de Dios”. Miremos nuestra historia con memoria agradecida, asumamos sus limitaciones y sus posibilidades, acojamos la abundancia y la fecundidad que hoy nos ofrece el carisma como un don renovado y permanente del Espíritu que nos invita a mirar al futuro.

Roma 2 de febrero de 2022
Hno. Francisco Javier Hernando de Frutos
Animador General


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